LXXVII

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Las campanas sonaron desde el jardín anunciando el comienzo del esperado evento. Todos los invitados ya se encontraban sentados en las elegantes sillas blancas formadas a los lados del paso de los novios.

Desde la ventana de su habitación, Ren miraba hacia afuera tratando de visualizar algo de lo que sucedía metros lejos mientras la palabras que Seong wu le había susurrado de parte de Minhyun seguían sonando en su mente.

"Gracias por dejarme entrar en tu vida."

El simple murmullo de estas palabras en su mente lograban ponerlo a sonreír y a la vez a temblar.

— "Gracias a ti por aparecer." —Pensó como si pudiese mandarle esa respuesta a Minhyun desde su ventanal.

— Minki, —Llamó su padre entrando a la habitación del joven. — hijo. —Le llamó una vez más al verlo perdido mirando por la ventana.

— ¿Ya es hora?

— Sí, ¿aún quieres hacer esto?

— No cambiaré de parecer, papá, creí que lo entenderías. "Algo en mí dice que hago lo correcto."

— Lo hago, hijo, sólo creo que... debimos darte más tiempo.

— No. Dos años fueron suficiente. —Se giró hacia su padre. — Estoy listo.

— Claro que lo estás

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— Claro que lo estás. —Se acercó a su hijo y lo abrazó. — Estás precioso, hijo mío. —Se separó un poco para mirarlo. — Ya veo que llevas puesta la peineta de tu bisabuela.

— Mis tías dicen que es importante que la lleve puesta.

— Sí, lo es. Ven, no queremos llegar tarde. —Tomó la mano Ren y recuerdos de años pasados, durante la infancia del último de sus hijos, le vinieron a la mente. Sonrió con un nudo en la garganta para contener las lágrimas; desde que Ren era sólo un niño, había cambiado bastante, incluso si no quería admitirlo como padre. Ren solía ser un niño alegre que corría por todos lados, lloraba cada vez que se hacía daño, adoraba comer dulces y pedir juguetes de regalo por casi cualquier cosa, pero bien habían notado él y su esposa que en algún momento entre los 9 y 10 años, Ren había dejado atrás sus pequeños berrinches cuando no tenía postre, detestaba salir a jugar, en especial si había invitados, saludaba con tanta cortesía que la gente había comenzado a decir que era frío, ya no sonreía todo el tiempo danzado por la casa, prefería encerrarse en su habitación y mirar por la ventana o llevarse un libro del estante y leerlo por semanas, incluso había separado los libros con pequeñas etiquetas de colores, los morados eran los que había leído, el rojo era el que estaba leyendo, los azules los que le interesaban y los negros los que releería una y otra vez, ya no pedía juguetes y le era difícil decidir por un regalo a partir de los 12, incluso si fuera para navidad, época que Ren solía adorar, junto con la tradición de romper una piñata que sus tías les habían inculcado, pero no más, Ren, simplemente no se decidía por un regalo para nada, siempre terminaba sus peticiones con un "lo que quieran" "como ustedes crean que es mejor" "pues si ustedes quieren" y abría todos los regalos con una expresión seria para después sonreír y dar las gracias, ahora odiaba las piñatas y desde que Ren tenía 11 no habían vuelto a romper una en casa, no le gustaba salir de su casa y su círculo social se reducía a compañeros de la escuela, socios de sus padres y conocidos de sus hermanos, cada una de estas personas era importante de recordar para Ren, pero nunca había llevado a algún amigo a casa, e incluso era extraño que se pronunciara esa palabra si no era por hablar del amigo de alguien más, por eso les había sorprendido mucho cuando les dijo que había invitado a un chico más, a quien ni él ni su esposa conocían aún.

El anillo de mi dedo anularWhere stories live. Discover now